Perogrullo sorprendido por las cosas que pasaban en Fuegolandia. Los montes españoles: infraestructuras verdes básicas

En estos días de amplia información sobre los incendios forestales, Miguel Ángel Duralde, Ingeniero de Montes, CEO de CEIFRA y Presidente de ASEMFO difunde esta historia de cuento en Inunlandia y Fuegolandia.

La historia del periodista Perogrullo en Inunlandia y Fuegolandia

En Inunlandia estaban ultimando los preparativos de los servicios de emergencia para el inicio de la nueva temporada de inundaciones. Un invierno generoso con las precipitaciones en forma de nieve había dejado ese año cubiertas las numerosas cadenas montañosas con un buen manto de nieve, pero la primavera se acercaba con previsiones de temperaturas más altas de lo normal y en muchos casos, la experiencia así lo avalaba, con subidas bruscas de temperatura que aunque breves solían causar el deshielo repentino que se convertiría en millones de m3 de agua que con fuerza recorrerían ríos, desbordando cauces y arrasando todo lo que a su alcance se encontrara.

La historia de sus gentes es ya muy larga y están acostumbrados a estos eventos, aunque nunca han cumplido con las recomendaciones técnicas de guardar las distancias de seguridad de las construcciones frente a los niveles máximos de crecidas. Crecidas que, por otro lado, año a año, van siendo mayores.

La confianza en los expertos de salvamento y emergencias era total. En los últimos años se había invertido en equipos y formación de personal una cantidad ingente de recursos. Nuevas tecnologías aplicadas al conocimiento y predicción de la fusión del manto nival, estimación del recorrido del agua, su velocidad y tiempo de llegada a los núcleos de población y un largo etc.

Pero este año se notaba la preocupación tanto en los responsables técnicos del dispositivo de emergencia como, incluso en los políticos. Durante décadas Inunlandia invirtió mucho dinero en la construcción de presas. Son cientos si no miles las presas repartidas por esta tierra.

Tras el descomunal esfuerzo por su construcción, los servicios que tales infraestructuras producían a la sociedad empezaron a dar pronto numerosos frutos. Miles de hectáreas en regadío y un excelente suministro de agua potable a la ciudadanía en cantidad y calidad supusieron el aumento de la renta de la población y la riqueza nacional como nunca antes había ocurrido.

Las nuevas generaciones de políticos decidieron afrontar, con el apoyo ciudadano, nuevos proyectos entre los que no se encontraba el mantenimiento de aquellas presas que tanto beneficio estaban reportando. Políticas antiguas que entorpecían las nuevas ideas de futuro decían. Como las presas habían sido bien construidas y existía un servicio de supervisión, que, aunque en nada se parecía en su volumen y entidad con lo que fue en otras épocas, la calidad y profesionalidad de sus escasos integrantes daba tranquilidad a los responsables políticos correspondientes.

Y precisamente el nerviosismo venía por los informes de este exiguo equipo técnico de supervisión. Habían detectado numerosas grietas y fallos, ya estructurales, en la mayoría de las presas. Lo venían anunciando desde hace varios años pero esta vez ya era seguro. Era cuestión de tiempo, meses o quizá semanas, en que alguna de las grandes presas iba a colapsar y tendría lugar su rotura y ello supondría una gran inundación.

Durante los últimos años había habido roturas de presas pequeñas y la inundación consecuente, aunque dolorosa, había sido paliada en cierta medida con los medios de emergencia disponibles. Los equipos de rescate, unos héroes, habían hecho más de lo razonablemente exigible, dando más de una vez su vida por ayudar a sus conciudadanos. Pero en esta ocasión las previsiones eran diferentes.

La inundación prevista era de otra escala, una que los expertos denominaban de sexta generación, en donde la devastación del agua en su loca huida hacia abajo produciría daños imposibles de paliar con los actuales medios de los servicios de emergencia, incluso doblando en número dichos medios o contando con la ayuda de países cercanos. Probablemente, decían, 2.000Ha, 5.000 Ha o 10.000 Ha serían inundadas en una sola hora!

Rápidamente hubo propuestas de todo tipo, la primera la de reforzar de forma inmediata los medios de emergencia (se compraron un par de lanchas y 2.000 Kits de primeros auxilios), en segundo lugar se propuso crear una comisión de estudio, etc, etc.     

Perogrullo, un periodista algo incrédulo y nada avezado en eso de dar las cosas por sabidas, cayó en la cuenta de que el país vecino, con similares características territoriales y parecido número de presas, carecía de estos problemas de forma recurrente. Apenas había inundaciones y por lo tanto apenas había pérdidas de bienes y de vidas humanas. Y lo más sorprendente; los equipos de emergencia eran bastante exiguos, al menos por comparación.

Preguntó a un colega de dicho país. La respuesta fue sencilla. Aquí se realizan trabajos de mantenimiento de las presas todos los años. Es verdad que suponen un esfuerzo económico que anualmente detrae algo de dinero para emprender nuevas políticas, pero se compensa con el que dejamos de gastar en preparativos de emergencia. La gente trabaja duro durante todo el año en esas labores de mantenimiento en vez de estar esperando a que haya una inundación para ayudar a la gente.  Y remachó su contestación, “ni al que asó la manteca se le ocurre no mantener permanentemente una infraestructura”, “pero te tengo que dejar”, le dijo, “porque sale el Presidente a explicar el dispositivo contraincendios forestales de esta nueva campaña que tras el desastre de incendios del año pasado creo que se ha comprado un nuevo avión con más capacidad de acarrear agua y 2.000 Kits de primeros auxilios,…”

Perogrullo agradeció la contestación y se quedó sorprendido de las cosas que pasaban en Fuegolandia,….

Las infraestructuras básicas hay que gestionarlas y mantenerlas.

Los montes son la infraestructura verde básica en España.

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